Allá donde fueres… ¡acuérdate de llevarte las zapas!
Resulta que por mi trabajo me toca viajar de vez en cuando.
A veces son reuniones programadas y viajes que puedo preparar y otras veces
aparecen en mi agenda de repente y tengo que hacer la mochila, prácticamente de
un día para otro, y montar en un avión. Una ya se acostumbra a hacer maleta
para el trabajo puesto que generalmente meto lo mismo: el neceser, los
cargadores, un par de trajes, un modelito más informal para las cenas y… las
zapatillas. Esas nunca fallan. No os voy a negar, que en algún viaje las pobres
han vuelto sin conquistar suelo extraño, pero en general siempre encuentro un
“txokito” entre reunión y reunión para salir un rato.
Las zapas en la maleta
Supongo que si eres un runner concienciado, entenderás, sin
mayor explicación, que siempre meta las zapas y todo lo que acompaña. Pero
claro, si estás iniciándote en el mundillo a veces te entrará la duda de si
realmente merece la pena ocupar tanto espacio en la maleta… ¿saldré a correr?
Si realmente no conozco la ciudad, ¿no será mejor que pasee? Bueno, en mi caso
son varias las razones por las que las zapas son conditio sine qua non para mis
viajes:
- Los días de trabajo fuera son mucho más intensos. La agenda está preparada de sol a sol y siempre estás con gente, se quiere aprovechar cada minuto para conversaciones pendientes, acuerdos, preguntas, etc. Así que salir a dar una vueltita me ayuda a despejar la mente antes o después de un largo día de trabajo.
- La comida siempre está rica y como demasiado. Hay coffee break a la mañana, a la tarde, a media tarde, a media mañana, a la noche… Los dichosos coffee breaks con sus deliciosas pastas y bollería… Pues bien, hay que compensar todo lo que metemos haciendo algún kilómetro.
- Ver la ciudad corriendo te da una perspectiva diferente del lugar, de su gente. Te hace sentirte parte de la ciudad, es como si vivieras en ella y da tiempo a visitar más lugares.
Running Tours
Desafortunadamente, no todas las ciudades tienen una empresa
como Bilbao Open Tourism, con tours tan chulos, bien organizados y económicos.
En consecuencia, normalmente me toca
sacarme las castañas del fuego y prepararme mis propios recorridos o salir a
explorar directamente. Pero incluso así la salida merece la pena y he podido
conocer costumbres locales, como por ejemplo que en Bogotá, los domingos de 7 a
2 la carretera que está entre la 119 y la 120 se transforma en “cicloruta”.
Además, he tenido la oportunidad de ver paisajes mágicos, como el amanecer
corriendo por la playa de Somo, en Cantabria o en Villa Borghese, en Roma,
lugar que con su cielo rosa y sus inhóspitos recovecos ha
sido inspirador de esta entrada.
En resumen, las zapas son maravillosas compañeras de viaje:
piden poco y dan mucho. Da igual si la escapada es a un pueblito perdido por el
monte, a la playa, si hace frío o calor, si es viaje de trabajo o de placer…
recordad que merece la pena vivir el lugar desde otra perspectiva… desde la
perspectiva del runner.